Autor: José Rafael Simón Pérez
I
…transito por la cola. Transito por esa serpiente de respiración lenta y jadeante, que clava sus dagas en los huesos de la urbe. Que la hace sangrar. A los lados, se suceden calaveras. A los lados, María Lionza con sus ojos de réplica. Montada en su danta. Erguida, sin escoliosis. Con sus brazos extendidos y sus tetas apuntando hacia el infinito. Su estirpe me recuerda a la Afrodita de Sayaka, la de Mazinger Z. A los lados, el río iluminado que se lleva nuestras heces, que las diluye, que pretende limpiarnos sin conseguirlo
entre pensamientos e imágenes que van y vienen, percibo tu aroma. Te intuyo en los espejos retrovisores. Te veo descender en rapel desde la guantera. Sin miedo, te lanzas. Casi te acuestas en el asiento del copiloto. Escucho tu voz en el dial. Y a través del aire me llamas. Y de golpe siento que podría quedarme a vivir eternamente en (tre) tus labios…
II
La estatua del almirante es ahora un pedestal vacío
un nicho sin huesos
un útero en cero
Esta tierra ya no es de gracia
III
…desde la curva que marca el vientre de la serpiente se divisa la torre herida. Esa torre que era, y lo sigue siendo, la más alta de la ciudad. Tan alta que se da el lujo de rascar los cielos. Esa torre que antes tenía cuero de cristal y que ahora se retuerce de tantas lenguas de fuego. Llamaradas de un domingo de abril al mediodía. La torre de vidrio no es más que un recuerdo colectivo, un hueco negro en la memoria de todos
la torre herida de mi urbe susurra con voz queda, como para que nadie pueda oírla, que en la tierra de este valle se suceden muchas guerras…
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