Autora: Derkje M. van Dillewijn Dávila
Mi Ciudad, la gran Caracas, ciudad con su vaivén de gente sonriente y despistada, indefinidos ruidos, sonrisas a placer, desenfrenado frenesí, con amargura y soledad, también llanto en cualquier umbral.
Ella tiene olor a tierra húmeda, a ropa ahumada de brasero y parrilla, a gasolina quemada de camioneticas, a hombres y mujeres con perfume de camelias y jazmín, a patilla, mango y manzana, al famoso pabellón y al cafecito en cualquier rincón. Nunca le falta la catira y la morena, el aguardiente y el ron, los coloridos raspaditos y el sabroso papelón. Niños jocosos jugando a montón, con sus papagayos, perinolas y el famoso béisbol. Se oyen tonos de llaneras y ya no, de lo último del momento y también de lo que el tiempo se llevó. Cuadros del pasado, neblina, pinos y techos rojos; hoy en día son pasajes de calor, accesorios citadinos y fachadas de cartón.
Caracas la más bella, porque dentro de ella está la gente que ama, la gente que comparte, la que se admira mutuamente y la que no tanto. Gente que da el ejemplo, la que celebra, la que baila y sobre todo, con la que puedes compartir los matices anaranjados del atardecer.
Mi ciudad es nuestra amazona de concreto, llena de edificios, laberintos y libres creadores; donde quiera que veas encuentras el cemento, pero si ves más allá, suma verde ¨la gran Ávila¨, compañera que hasta estos días, con su gran esplendor de colores y alborotadas tonadas de guacharacas, guacamayas y otros animalejos, acompañan en concierto, lo que de mi cuidad ¡todos llevamos dentro!
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