PUBLICARTE da la mano a la celebración de los 444 años de nuestra ciudad. Caracas la mujer. Caracas hombre, niño o niña. La tantas veces ultrajada, la que no pierde la esperanza. Caracas será tomada de la mano por los que crean, sueñan, proponen, discuten, reflexionan a través de la palabra. Caracas también es texto, cuento, dramaturgia, narración, ensayo, poesía. Caracas es el abecedario que nos acompaña cada día, Caracas es una niña que continua soñando con que algún día será grande.

jueves, 4 de agosto de 2011

Caracas es cambio



Autor: Rafael Osío Cabrices

No nos dejemos engañar por la sensación de solidez que proveen todo ese concreto, todo ese hierro: las ciudades son cambio, están hechas de cambio, su naturaleza es mutante. Cambian en sí mismas y cambian al entorno que ocupan, que transforman y alteran irremediablemente en varios sentidos. Cambian a las personas que las habitan e incluso a los territorios en los que ejercen su influencia.
Caracas es un ejemplo particularmente intenso de esta condición metamórfica de las urbes. Sus cambios empezaron con su misma fundación: la que puede haber sido su primera ubicación, establecida por un mestizo gatillo alegre llamado Francisco Fajardo en 1560, tuvo que ser abandonada, a causa de la hostilidad nativa, hasta que un jefe militar más fuerte la refundó, poco más al este, en 1567.
En 1814 casi desapareció, cuando la invasión de los lanceros de Boves obligó a buena parte de su población a evacuarla; Caracas perdió entre el terremoto de 1812 y la caída de la Segunda República, dos años después, a más de la mitad de sus habitantes. Ha sido capital de varios territorios diferentes: la provincia de Caracas, la capitanía general de Venezuela, el departamento de Venezuela de la Gran Colombia, la república de Venezuela, los Estados Unidos de Venezuela y la República Bolivariana de Venezuela. Y ha sido desprovista de su capitalidad, también, durante los breves y confusos días del fin de la Gran Colombia. Para no mencionar las muchas ocasiones en que a algún mandamás se le ha ocurrido quitársela de nuevo, a favor de alguna utopía en Caicara del Orinoco, por ejemplo, de la que no se puso jamás ni la primera piedra. No sé si esto tenga relación con que ningún jefe de Estado venezolano ha sido caraqueño desde el ciclo guzmancista.
Caracas ha sido modificada mediante varios modelos inconclusos y, sobre todo, a través de la aplicación al parecer deliberada de las fuerzas del caos, porque el caos también se puede decretar. Esos cambios se han impuesto a veces con el criterio de hacerla parecer otra ciudad, de inducirla a escapar de sí misma. Los conquistadores que la fundaron la asociaron con el remoto reino ibérico de León, mucho antes de que Antonio Guzmán Blanco la interviniera lleno de nostalgia por la ciudad que más le gustaba, París. Parisino era también el plan Rotival, que cambió el centro de la ciudad a partir de los años 30 pero se dejó a medio camino, legándonos la siempre inconclusa avenida Bolívar. Y el plan del ingeniero Francis Violich, que la convirtió en los años 50 en una ciudad para los carros, pretendía convertirla en un remedo de Los Ángeles. Abundantes vestigios de esta eterna nostalgia por otro sitio lo tenemos en tantos nombres de edificios y de calles, tantos letreros comerciales en inglés. Y, también, en la decoración de cada navidad, nostalgia de un invierno nevado que no ha habido aquí ni durante las Glaciaciones.
Debe ser por ese carácter inaprensible y negador de sí que Caracas es tan impredecible. Esta ciudad no termina de asentarse, la idea de Caracas no termina nunca de ser aceptada. A veces no hay cola donde debería haberla. A veces aparece un aguacero pavoroso en medio de un cielo despejado, como si fuera un gesto divino del Antiguo Testamento. La lluvia (y los sismos) han hecho lo suyo para alterar su confusa cartografía, pero la mayor contribución a su enorme movilidad interna ha venido de nuestra fobia al pasado, que nos hace apelar a la demolición a la menor provocación, y de su crónica crisis de vivienda, que genera tantas invasiones, ocupaciones, desocupaciones y sobreocupaciones en los cerros que, según estaba previsto, debían constituir una zona verde protectora y no un horizonte que le recuerda sin pausa a los habitantes de este valle la magnitud de la inequidad y la precariedad en que viven.
Es una ciudad que solo genera sentimientos encontrados y de la que suele decirse que lo mejor que tiene es algo que no construyó nadie, el cerro Avila. Es una ciudad que arrastra unos cuantos records que no deben enorgullecer a nadie pero que pudo haber sido la mejor del mundo. No lo fue, y no sé si podrá serlo. Pero sin duda, puede ser mucho mejor de lo que es hoy.

Mixtura


.
Por Blanca Rivero.

Una ciudad de mezclas, de mixtos y de mestizos. Los palimpsestos eran tablas de madera que los antiguos reescribían y borraban una y otra vez, los textos anteriores dejaban huellas que ornamentaban los nuevos escritos, secuelas del pasado que revivían con un nuevo tenor.
Caracas en 444 años es poco lo que conserva de su arquitectura colonial; más allá de las estructuras y ubicación de algunas iglesias, nuestro centro histórico ha ido desvaneciéndose ante nuestros ojos, mucho de lo que ha perdido y que nos pertenece es memoria colectiva. Contamos con algunas edificaciones del siglo XIX que han sobrevivido a la inclemencia del tiempo, del uso y abuso, de los gobiernos, edificios nobles que por su materialidad permanecen y soportan cambios atroces en sus fachadas y desmembramiento de sus entrañas, pero que reflejan la fortaleza del que no se permite morir.
Para Caracas el siglo XX fue la esperanza de la modernidad, la utopía que le permitiría renacer de sus cimientos, presentársenos como una gran oportunidad, y lo fue, fue laboratorio de experimentación -para nativos y foráneos- de las más novedosas técnicas y propuestas arquitectónicas y urbanas, la renovación, lo nuevo, lo bueno se nos asomaba como una realidad posible, dejamos que se nos diluyera de las manos alzadas por la emoción de la victoria.
Hoy, bajamos las manos y las encontramos vacías de esa utopía, pero Caracas tiene madera, aún nos queda ese palimpsesto sobre el cual, esta ciudad que no renuncia, que no se deja, esta ciudad que nos muestra y demuestra cada día su espíritu y su valentía, que con su color y su aroma todavía podemos escribir. Cada pedazo de su historia y de su futuro se nos ofrece como oportunidad, crecimiento e ilusión. Caracas siempre Caracas, la que podemos y de la que podemos sobreescribir.

La ciudad (A Caracas en sus 444 años)




Alejandro J. Rodríguez Morales


I

La ciudad palpita, se agita, se levanta temprano,
sus arterias las calles, los autos su sangre
que no deja de fluir en torrentes inacabables
y oleadas de hombres y de mujeres en las calles,
también son sus fluidos vitales,
y la ciudad corre, tiene un ritmo desesperado
no parece que quiera detenerse
ni tan siquiera para darle descanso
a las palomas que buscan un refugio
en terrazas o balcones, en un patio
de alguna vieja casa retirada
que aún no quiso ser aniquilada
por las altas construcciones que van degollando
todo vestigio de verde y de calma,
todo vestigio de techos rojos
y la ciudad va devorando
todo con su cemento, sus grúas, sus andamios.

II

La ciudad absorbe y la ciudad palpita
y consume y gasta y se precipita
sobre las almas de sus habitantes
y los autos tocan la bocina
como el náufrago que en su desespero
grita por auxilio a la mar infinita,
pero el atasco se hace un estacionamiento
y los semáforos parecen muros
de cárceles que encierran a sus presos
y desesperan y se oye una sirena,
hubo algún accidente, hace algunos momentos,
y alguna mujer aprovecha el suspenso
para terminar de maquillarse el rostro,
y de pronto inicia de nuevo el movimiento
sólo por unos instantes, y de nuevo todos
avanzan otra vez, en un baile matutino,
exasperante, lento.

III

El Ávila en silencio contempla con asombro
el ajetreo de la ciudad, su desarrollo,
todas las mutaciones producto de los años
y las demoliciones y las construcciones y las demoliciones
y las ilusiones y las ficciones y las traiciones
y la perturbadora agitación de los autos
y las motos y los autobuses, y de las grúas y de los camiones
y se pierde de vista entre los edificios
y su amplia geografía, el horizonte;
el Ávila calla y ya no ve techos rojos
sino concreto armado y escandalosas construcciones.

IV

La ciudad habla en voz alta, grita fuerte,
mientras está despierta palpita agitada,
no tiene descanso, trabaja precipitadamente,
estertores nerviosos epilépticos le acosan
y la ciudad se agita, es madrugadora,
se levanta temprano, lo hace incansablemente
como si no hubiese otro mañana,
casi como si presagiara su muerte
entre ladrillos, vehículos y asfalto,
entre el testimonio de vallas y postes desvencijados
y edificios que interrumpen la vista celeste
y se escuchan más bocinas y sirenas
y algún taladro mordiendo la ciudad con afilados dientes.

V

Todo está en movimiento como nosotros mismos,
nada reposa, la ciudad no se lo permite,
pero entre toda la locura citadina cotidiana
un momento podría ser suficiente y el alma así lo pide,
más allá del atasco, más allá del taladro,
de las calles atestadas, del rojo del semáforo que insiste,
un momento suficiente para ver más allá de todo eso
y abstraerse de eso por lo menos un momento,
ése que sea suficiente para captar
al perrito callejero que se revuelca en el suelo
y juega con una botella de plástico vacía,
para ver una ardilla en un árbol corriendo
en plena Plaza Bolívar,
para acercarse al Ávila, pulmón imponente,
y sentir la brisa fresca marina
que desde La Guaira viene con aliento paciente,
y detenerse un momento para ver estas cosas,
un momento, tan sólo el suficiente.

Entre tanto concreto, más allá de los semáforos
y los edificios impávidos y silentes
ver a unos niños jugando en una calle cerrada
que hará las veces de patio, afortunadamente,
la tubería tardará en ser reparada,
ver a dos amigas que al verse se abrazan
y una bebé transportada en su coche
que no sabe de atascos ni de calles cerradas,
ni de asfalto, ni de construcciones,
ni de traiciones, ni de demoliciones
y que calla el ruido de la ciudad con su sonrisa
y ya no hay más bocinas ni taladros impertinentes
en ese momento suficiente del día.
Suficiente.

VI

La ciudad está llena de colores, de sonidos, de figuras,
y no descansa, es casi de madrugada y tiene los ojos abiertos
y los postes de las calles se apagan a esa hora
para dar paso a otras luces que no son sino reflejos
del latón de los autos, unos que van a deshora,
otros muchos que van a tiempo
y la ciudad va devorando todo
con sus mandíbulas duras de cemento
menos la sonrisa de la niña
menos el revolcarse del perro
menos la botella de plástico vacía
menos los niños que juegan
en abstraída ilusión, en fantasía,
por todo esto es que en realidad se mueve,
por esto es que realmente tiene vida,
para eso es que la ciudad se levanta
y se levanta la ciudad, y la ciudad palpita.

ESTA CIUDAD


Poeta: Estrella Gomes



I

Me reconozco en tanto
descubro la urbe
hay una lectura de ella en mi
ambas guardamos en las entrañas
los cadáveres noctámbulos
desdibujamos nuestros límites
en la noche
luego la mañana
y nuestras inquebrantables barreras

No se le jura fidelidad
a la ciudad
en cualquier momento uno se ensaña contra ella
desgarra sus calles
devora sus rostros desconocidos
se reconoce en ella
y la maldice

No es fácil transitar la ciudad
espero postergar el viaje
a la sustancia que me configura
hasta ahora
geografía desconocida.

CARAQUEANDO



Autora: Mitchele Vidal
Caracas, 5 de julio de 2011

Sudando, corriendo, llegando tarde –nada empieza a la hora– apurando al semáforo con la corneta, con el insulto, con el grito. El que va manejando adelante es una tortuga. Esquivando al motorizado -ya son 3 los que me golpearon el retrovisor- oyendo el mismo CD quemado porque los originales y el IPOD los dejo en mi casa, por si acaso… como no consigo dónde estacionar entrego las llaves para que lo mueva el parquero, el dalero, “Dale, dale mi amor, bella tú, bella el carro”…
Estoy a dieta informativa así que no oigo radio, no vaya a ser cosa que empiece aquel hablando, hablando, hablando… sigo cantando. La música va más rápido que mi carro. Viendo el naranja, el rosado, el amarillo, el morado instalados sobre el verde eterno de las acacias, de los apamates, de los gallitos, de los samanes, de los caobos… ya empezó a llover, la lluvia tumbará las flores, no importa, nos va dejando una alfombra de colores sobre el ardiente asfalto, negro asfalto, gris asfalto, hueco asfalto, tronera asfalto, olvidado asfalto…
Anoche no pude dormir, la salsa y el reguetón se impusieron hasta las 4 de la mañana, otra fiesta, otro sarao, otra rumba. Por suerte hoy no me despertó el celular sino las guacharacas, los torditos, las palomas, los cristofué, las guacamayas todos los pájaros de Caracas se levantan antes que las cornetas       y arman esa bulla de selva en plena ciudad… ciudad escandalosa, ruidosa, tormentosa. ¿Dónde quedó el silencio? No sabemos, nadie sabe ni quiere saber. Al que le moleste que se vaya, que se largue. Y se van, cada fin de semana largo, cada puente huyen despavoridos, abandonan las colas en las calles, en los cines, en los centros comerciales, en los mercados, en los bancos para hacer colas en las playas, en las piscinas, en los ríos, en las montañas, lo malo es que vuelven, no soportan nuestra ciudad pero vuelven y se quedan, se quejan pero se quedan…
Abajo está el Guaire arrastrando basura, cauchos, botellas, limitado por esas carteleras horrendas que pinta el SENIAT, quién les dijo a ellos que las márgenes del río se pintan de amarilloazulyrojo la bandera de los piojos, decíamos cuando estaba en el colegio. ¿Qué dirán ahora los niñitos en el cole? No sé, mi hija ya es adolescente, mis sobrinos mayores crecieron y se fueron, mis sobrinitas no viven aquí gracias al exilio voluntario que vamos viviendo, soportando, aguantando, su bandera es la de las rayas y las estrellas… Pero decía que ahí va fiel, marrón, beige, kaki, pardo, sepia, el Guaire, una herida abierta que nos parte la ciudad en dos. “Yo prefiero cruzar el Orinoco que el Guaire” dice Valentina Quintero, y muchos piensan así, aunque no lo digan o no sean tan ocurrentes, o no hayan llegado al Orinoco, pero ella es privilegiada, vive en Los Palos Grandes, una de las pocas zonas de Caracas donde te vas caminando, paseando, conversando, al mercado, a la panadería, a la tienda de ropa, al colegio; la mayoría lo cruzamos varias veces al día y si no, lo acompañamos en su trayectoria este-oeste encaramados en una camionetica, en un carro a 3Km/hora, en el Metro que está cada vez más revolucionario, más ineficiente, más sin aire acondicionado, más sin escaleras mecánicas…
Seguimos protestando, reclamando por la falta de agua, de luz, de educación, por el exceso de inseguridad. Seguimos trabajando, estudiando, hablando del gobierno eterno y enfermo, comprando, saliendo, comiendo, tomando, viviendo, oyendo, viendo lo que nos está pasando como quien oye llover en Macondo pero estamos en Caracas, como decían antes: jodidos, pero en Caracas. O como dicen ahora: jodidos y en Caracas…