Autora: Edilia C. de Borges
Lunes 6 reunión en el centro de la ciudad. Anoche no dormí muy bien pensando en ello. Me levanté muy temprano para dar tiempo a dejar hechas algunas cosas en casa, bañarme, desayunar y salir con tiempo. Bajo al estacionamiento del edificio, detrás de mi puesto otro vecino estacionó su carro, llamo al conserje, no está debo esperar que llegué el dueño del carro para que lo quite y yo poder salir, 10 minutos de espera. En la puerta del estacionamiento, en todo el medio de la calle hay un camión de la basura obstruyendo el paso, paciencia. La cola de autos en la calle es larga, al fin se mueve y llego a la Av Luís Roche de Altamira, de nuevo tráfico infernal. Mi vehículo es un punto histérico más a ser devorado por la gula insaciable de la avenida Libertador. Cola de nuevo, cae una lluvia húmeda, el semáforo para darme paso se hace eterno.
Calles y avenidas adyacentes vomitan automóviles que como yo llevan destino el centro de la ciudad. Un siglo, los carros no se mueven. Por doquier buhoneros torean ágiles a los vehículos. Ahora estoy en la entrada del semi-túnel. El viento sopla por dentro y engulle masas compactas de carros, luces rojas pestañean, cornetas ruidosas, música estridente, a gritos se hacen oír los vendedores, también a viva voz reclamos de conductores. Es una babel de voces sin concierto.
Cierro la mente, me concentro en la música relajante de un CD haciendo caso omiso al caos del entorno atrofiando huesos y músculos en nerviosa espera. La lluvia para, el mundo alrededor está lavado. Hálito fresco cubre el piso y entra por mi ventanilla sustituyendo el aire acondicionado que no funciona.
La tranca es fenomenal, no nos movemos. Veo el reloj, mis lágrimas impotentes comienzan a brotar en silencio seco, sin tregua. He llegado pero ahora ¿Dónde estaciono?, logro”encajar el carro” en un huequito. Salto a la acera, despeinada y sudorosa, entro al edificio, la oficina está en el piso 10, pero el ascensor no funciona. Subo las interminables escaleras, con prisa y sin resuello. Llego: Me dirijo a la recepcionista y digo: ”Buenos días”. Respuesta: “Buenos. ¿Qué quiere?”, sin sonrisa. “Tengo una cita..”.Me interrumpe: “El doctor no viene hoy, no hay agua”. Me le quedo viendo anonadada, no digo nada., de hombros caídos me devuelvo a bajar las escaleras.
Llego a mi carro, veo en el parabrisas una multa de tránsito por “estacionar en lugar indebido”. La cola de regreso es peor todavía, tengo mucho calor. Llego a casa pasadas las 12 del mediodía. Veo en mi contestadora que hay un mensaje de cita para el mismo lugar para la misma tarde. Ni siquiera me baño, ni cambio la ropa sudada, no almuerzo. Me digo: “Mejor me voy en metro, rápido y sin problemas (creo)”. Pero en el andén hay un gentío esperando el tren, me empujan y me violentan hacia un vagón sin aire acondicionado, el ambiente caluroso es agobiante por tantos cuerpos juntos respirando.
Reflexiono: “Este era un transporte óptimo que nos daba orgullo y aumentaba nuestra estima, hoy es una verguenza. Pésimas condiciones de seguridad, no es confortable, intervalos en las paradas hasta de 7 minutos. Difícil entrar y salir, pedigueños, vendedores, equipajes que dificultan el desplazamiento tanto en los pasillos como en el interior del tren. Quien depende del metro diariamente está sufriendo lo que jamás imaginó”. Llego tarde a la cita.
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