PUBLICARTE da la mano a la celebración de los 444 años de nuestra ciudad. Caracas la mujer. Caracas hombre, niño o niña. La tantas veces ultrajada, la que no pierde la esperanza. Caracas será tomada de la mano por los que crean, sueñan, proponen, discuten, reflexionan a través de la palabra. Caracas también es texto, cuento, dramaturgia, narración, ensayo, poesía. Caracas es el abecedario que nos acompaña cada día, Caracas es una niña que continua soñando con que algún día será grande.

viernes, 1 de julio de 2011

Carnestolenderas


Lectura por Mirla Alcibíades

Muchos los calificaban de “salvajada”; otros, de “costumbre bárbara”; algunos, de “pandemonium”. Lo cierto es que los carnavales inspiraban miedo, pánico, terror... Para extirpar tal desbarajuste, uno de nuestros presidentes –Francisco Tosta García, de quien tomo la anécdota, esquiva el dato– se propuso eliminar el despropósito.
A tal efecto, ordenó el despliegue militar con milicia, policía y batallones de veteranos. Con ese alarde dio por concluido todo. A partir de aquí, transcribo lo ocurrido:
Mas parece que una señorita muy distinguida, fina y hermosa, echó un poquito de agua perfumada a un coronel amigo; y que éste devolvió la galantería con otro perfumador lo cual fue visto por las vecinas de la cuadra, que imitaron el ejemplo con sus conocidos; y así, con la velocidad de la pólvora, empezó el juego de Carnestolendas; y a las dos horas toda la fuerza estaba bañada de pies a cabeza como patos de uniforme.
            El Presidente estaba muy satisfecho y contento en su sala, haciendo la digestión del almuerzo, con sus amigos de confianza, cuando llegó un ayudante a caballo, chorreando agua.
–¿Qué es eso? preguntó el General lleno de asombro; ¿qué ha sucedido?
            El oficial saludó militarmente, y respondió:
–Ha sucedido mi General, que han mojado toda la fuerza.
–Y los jefes y oficiales, ¿qué han hecho?
–También han llevado agua hasta por debajo de la lengua.
–¿Y quiénes han cometido semejante atentado?
–¡Las mujeres, los hombres, los muchachos, toda la ciudad!
–Pues yo haré un ejemplar (sic), gritó furioso el Presidente; ya que no tengo subalternos que hagan cumplir mis órdenes, yo mismo saldré a la calle, y me impondré y me haré obedecer.
            Luego dirigiéndose a su guardia, agregó:
–Todos a caballo, y que me ensillen el mío.
            A poco salía de su casa acompañado de veinticinco lanceros, de rostros zañudos y armados hasta los dientes.
            Atravesó algunas calles sin novedad, a pesar de que el juego estaba en su apogeo; pero al llegar al barrio de Candelaria, fue detenido por un grupo de siete damas, que salieron a la calle armadas de sendas totumas de agua.
–Permítanos usted dos palabras, General, dijo la más taimada, que parecía una rosa salpicada por el rocío de la mañana.
–Con mucho gusto, señoritas; ¿qué desean ustedes?, contestó el Presidente, sin sospechar el chubasco que se le venía encima.
–Una cosa muy natural y sencilla: que usted se deje echar un poquito de agua.
–¡Imposible!, ¿no saben ustedes que yo he prohibido el juego severamente?
–Pues bien, aunque nos mande dar cuatro tiros...¡agua va!
            Y diciendo y haciendo, le embocaron las siete totumas de agua, y como él se desmontara del caballo, sabe Dios con qué intenciones, las insurrectas carnestolenderas lo cogieron en peso, lo metieron a la casa como niñito de bautismo, y sin ningún escrúpulo ¡lo introdujeron dentro de una gran pipa llena de agua hasta los bordes!
            Su Excelencia tomó un soberbio baño, rio a carcajadas de la buena ocurrencia y del atrevimiento de las muchachas y se volvió a casa en medio de sus lanceros, exclamando:
–Es una tenacidad pretender abolir una costumbre tan arraigada en el corazón del pueblo: ¡que juegen carnestolendas, ya que no tienen otra cosa que hacer!

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