PUBLICARTE da la mano a la celebración de los 444 años de nuestra ciudad. Caracas la mujer. Caracas hombre, niño o niña. La tantas veces ultrajada, la que no pierde la esperanza. Caracas será tomada de la mano por los que crean, sueñan, proponen, discuten, reflexionan a través de la palabra. Caracas también es texto, cuento, dramaturgia, narración, ensayo, poesía. Caracas es el abecedario que nos acompaña cada día, Caracas es una niña que continua soñando con que algún día será grande.

martes, 19 de julio de 2011

MIS CINES DE BARRIO.

AUTOR: JOSE GABRIEL NUÑEZ

Cuando el telón del cine Altamira comenzaba a subir deslizandose suavemente, casi como una caricia,  y  desaparecía lentamente aquella sutil mezcla de seda, gasa y nubes, para dar paso a la gigantesca pantalla, parecía que comenzaba una suerte de ritual. El p{ublico enmudecía, conteníamos la respiración mientras contemplábamos aquel milagro que, una vez terminado, nos regalaría luego la presencia de nuestros ídolos: James Dean, Marilyn, Elizabeth Taylor, Anthony Perkins, Audrey Hepburn... en fin, tantos otros. Pero mi madre me decía que ella prefería el ritual más bullanguero del cine Radio City con  su enorme arco de cambiantes luces y a cuya izquierda se abría una cortina damasco para dejar ver a una señora rubia, norteamericana, que ejecutaba al menos cinco números musicales en un órgano  con tubas y todo y que inevitablemente recordaba a Ethel Smith en su célebre escena en Escuela de Sirenas.
Pero ni el Altamira ni el Radio City lograron borrar de mi mente el mágico hechizo que marcó mi infancia y como consecuencia de mis recorridos por los cines de barrio de la Caracas de los años cincuenta. Yo vivía en Los Rosales, una plácida, para entonces, urbanización con pequeñas quintas precedidas por jardines llenos de rosales y discretos verdores de otras plantas que daban al lugar un aspecto refrescante y armónico. Había calma y paz y para mi deleite, la zona estaba llena de Cines de Barrio. Así los llamaban, pues los cines elegantes o de estreno, estaban en el centro de Caracas (El Rialto, el Continental, el Ayacucho, el Principal, el Boyacá, el Avila y el Capitol). Pero en Los Rosales y sus alrededores se establecieron cines que cada día daban una oferta fílmica distinta. LOs lunes, al salir de clase, comenzaba mi peregrinar por ellos, para ver en sus fachadas, los afiches que anunciaban las películas que se exhibirían esa semana. Era una aventura más mágica aún que la del telón del Altamira o la de la organista del Radio City. Allí estaban las rumberas mexicanas: María Antonieta Pons, Ninón Sevilla, y María Félix y Dolores del Río, junto a la Garbo o la Monroe, Cada día una película diferente! Comenzaba a hacer mi agenda...El lunes en el cine Rosales, luego en el cine El Prado, o en el Baby, el más modesto, pero que resultaba ser una pequeña cinemateca en donde proyectaban filmes inauditos entre los que logré ver la terrorífica FREAKS (Fenómenos) de Tod Browning, hoy convertida en película d culto. Y luego era el Reforma, cercano al Cementerio, en donde presentaban también al final de la película, a cantantes mexicanos que estaban de gira por estos lares, Allí vi al trío Los Panchos. Y más allá, el maravilloso cine Jardines, sirviendo de entrada a El Valle, con su enorme jardín frontal y su escalinatas palaciegas en donde se presentaban La Dolly Sisters con los mambos de Perez Prado, y Rosita Quintana, una villana rubia que cantaba rancheras y creo que era argentina. En el Rosales vi a Brenda Conde, una rumbera a la que se le pasaba la mano al hacer una suerte de streap Tease, cuando al final de su número se despojaba de el  pequeño traje que la cubría y de espaldas al público, abría sus nalgas en un ráfaga de segundos, para provocar los gritos erotizados de los espectadores. Una noche la policía tuvo que sacarla en una patrulla, envuelta en una piel de armiño.
Caracas estaba llena de Cines de Barrio. Se estima que había más de cuarenta y la última función terminaba a las once y media de la noche y los espectadores  se dirigían a pie a sus casas, apaciblemente, comentando los melodramas mexicanos.
En Sabana Grande estaban el célebre cine Río, El Recreo, el Metropol, que competía con los cines de estreno del centro, el Acacias y poco tiempo después, el Broadway y el irrepetible Radio City. San Agustín y El Conde tenían los suyos: El América, El Boyacá, el Alameda,El Veracruz, El Conde... y los de Catia, en donde  se erigían monumentos como el Variedades, el Catia, el Venezuela y el Esmeralda. Cines que fueron el refugio gente de todas las clases sociales y que se llenaban noche tras noche en sus tres funciones. Cines que significaron libertades, entretenimientos y que eras cómplices de eso que para entonces era una aventura: encerrarse en solitario en sus penumbras y soñar... soñar con las mujeres o los hombres que marcaron aquellos años con su presencia de celuloide.
Pero luego vino la televisión. Y vino el petróleo. Y llegó la violencia. Y llegaron los centros comerciales.
Y no nos queda sino un vano recuerdo de esas aventuras maravillosas que vivimos en nuestros cines de barrio. Tal vez entre ellas, el tomar la mano de quien fuera nuestro primer amor, entre el pudor, el temblor de nuestro cuerpo y el corazón que palpitaba aceleradamente entre nuestra ingenuidad y la imágen del rostro de María Félix.

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