PUBLICARTE da la mano a la celebración de los 444 años de nuestra ciudad. Caracas la mujer. Caracas hombre, niño o niña. La tantas veces ultrajada, la que no pierde la esperanza. Caracas será tomada de la mano por los que crean, sueñan, proponen, discuten, reflexionan a través de la palabra. Caracas también es texto, cuento, dramaturgia, narración, ensayo, poesía. Caracas es el abecedario que nos acompaña cada día, Caracas es una niña que continua soñando con que algún día será grande.

jueves, 14 de julio de 2011

DE HOYADA A PERICO


Autora: Corina Briceño

En la casa de Hoyada a Perico, apenas entré sentí un olor a vela muy fuerte, pensé que mi abuela acababa de hacer sus oraciones.
De inmediato me puse a jugar con Blaky, un labrador negro, y muchachito Bruzual, un hermoso gato de Angora, pero nuestro juego se interrumpe cuando el olor a vela vuelve, el perro comienza a aullar desesperado y muchachito Bruzual brinco a mis piernas, clavándome sus garras. Esto duró como cinco minutos y todo volvió a la normalidad.
Al parecer a nadie le importaba. En la tarde me fui a casa de mis vecinos a jugar.
Como a las seis me llamó la abuela, me bañé y cené.  De camino ya por el pasillo hacia las escaleras lo sentí de nuevo, pero esta vez  el olor penetró hasta mis huesos, no podía creer lo que mis ojos veían. De la nada apareció una luz muy brillante, como el faro de un carro, era un poco azul con visos rojos y amarillos, se movía de un lado a otro, justo en la escalera. Quería correr, gritar y no podía mover un músculo, de la pared salió la figura de un hombre blanco y alto, con un sombrero de copa, se me acercó lentamente y quería que lo siguiera, pero estaba aterrada, no podía caminar. Señaló el tercer escalón. En eso entró mi abuela que venía de la cocina y todo desapareció. Le conté lo sucedido y solo me contestó:
-          Hija no creas en esas cosas seguro que tus amigos y tú estaban hablando de espantos y aparecidos, esos son solos cuentos de camino, para que los muchachos se porten bien y los maridos parranderos no salgan a la calle.
Pasaron los días y el olor a vela seguía, yo para no pasar por ese pasillo, salía de la casa por la parte de atrás y entraba a la cocina por el patio.
Yo estaba segura de lo que vi, y si tenía mucho miedo.  Al fin llegó el día que regresaba a mi casa.
Pasaron los años, y de esta historia yo me olvidé. Jamás volví. Mi abuela murió y vendimos la casa. Iban a construir una sub-estación de Luz Eléctrica de Venezuela y la Avenida Bolívar, había que dar paso al progreso.
La tarde que se encontraban demoliéndola, los obreros que rompían la escalera, justo en el tercer peldaño, donde  el olor a vela era intenso y la presencia con sombrero de copa se materializaba, afloró una Botija maravillosa  con  morocotas de oro.


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