PUBLICARTE da la mano a la celebración de los 444 años de nuestra ciudad. Caracas la mujer. Caracas hombre, niño o niña. La tantas veces ultrajada, la que no pierde la esperanza. Caracas será tomada de la mano por los que crean, sueñan, proponen, discuten, reflexionan a través de la palabra. Caracas también es texto, cuento, dramaturgia, narración, ensayo, poesía. Caracas es el abecedario que nos acompaña cada día, Caracas es una niña que continua soñando con que algún día será grande.

miércoles, 13 de julio de 2011

EXTRACTO DE LOS ZAPATOS


Autor: Heberto Gamero

Como el montañista poco apasionado que conquista el pico de sus sueños y con ello se siente más que satisfecho, yo jamás volví a participar en un maratón. No así Gonzalo, que adicto a la naturaleza, al aire libre, a la disciplina y voluntad de un Monje Budista, corrió ocho maratones más a lo largo del mundo. Sin embargo, entre maratón y maratón, nunca perdimos la costumbre de encontrarnos en el parque y correr a placer entre la frescura de los árboles y los cantos de cotorras y guacamayas. Borges, es el nombre del recorrido que siempre hacíamos en el parque porque así se apellida el que lo midió por primera vez. Comienza en el cafetín que da a la Carlota, luego sube por las anacondas, atraviesa el aviario, los lagos las corocoras y los patos, bordea el jardín hidrofítico, baja por el planetario y sigue hasta el otro extremo del parque pasando por el puesto de la guardia para luego subir hasta el cafetín que mira a la Francisco de Miranda, baja otra vez casi hasta el vivero para subir de nuevo por el lago de los botes y encontrarse con la laguna Carlos Guinand, bordearla y bajar una vez más hasta pasar por donde está el águila arpía en su jaula privada y seguir cuesta abajo hasta pasar frente al barco que hasta hace poco fue la réplica de uno de los de Colón, para subir una vez más por donde están los jaguares y terminar finalmente en el cafetín donde se inicia el recorrido. Allí tomábamos un café y planificábamos el próximo encuentro. Gonzalo lo disfrutaba tanto. Sí, lo disfrutaba mucho. Pedía un café negro pequeño sin azúcar y un jugo de naranja. Mientras hablábamos, entre nosotros o con algún otro compañero, Gonzalo tomaba un sorbo de café e inmediatamente uno de jugo. Le agradaba la combinación. A veces no parábamos en el café donde se completa el circuito sino que seguíamos un poco más hasta encontrarnos de nuevo con la imponente águila arpía, siempre atenta a todo el que pasa a su alrededor con los ojos inquisidores y cabeza giratoria comparable al periscopio de un submarino que vigila. Allí, frente a su mirada penetrante, estirábamos las piernas, los brazos y movíamos nuestra cintura en círculo para tonificar las caderas. Yo abría los brazos con la esperanza de que el ave hiciera lo mismo y aunque fuese una vez verla con sus alas desplegadas, pero no, nunca nos complació, se mantenía impávida con sus fuertes garras aferradas al tronco seco que le sirve de asidero. A veces nos olvidábamos de nuestra poco complaciente amiga de cabeza gris e íbamos a estirar los músculos al estanque de las nutrias que nos recibían con estruendosos chillidos y, muy a propósito, comentábamos sobre las trivialidades siempre repetidas como qué livianos se ven esos zapatos, dónde compraste el short o qué franela tan buena la que llevas que seca tan rápido. Y es que mientras corríamos o descansábamos de la carrera Gonzalo huía de las conversaciones formales o muy serías. Cuando alguien tocaba algún tema político, de sucesos o enfermedades, él cambiaba la conversa para hablar de las nuevas máquinas adquiridas por el laboratorio de la salud en el gimnasio de la compañía petrolera, de las anécdotas de su profesión, de las de otros, de las mías, del nuevo reloj para correr que no se rompe con nada, de aquél que controla las pulsaciones, del país donde correría su próximo maratón o simplemente se callaba si finalmente no conseguía cambiar el tema. Con el tiempo entendí que el correr con mi hermano era sólo una parte de la diversión pues se trataba de algo integral, un placer físico pero también espiritual donde la actividad del cuerpo se desarrollaba en medio de pensamientos y charlas ligeras, si se quiere divertidas, que hacían de la acción una verdadera terapia para el cuerpo y la mente

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