PUBLICARTE da la mano a la celebración de los 444 años de nuestra ciudad. Caracas la mujer. Caracas hombre, niño o niña. La tantas veces ultrajada, la que no pierde la esperanza. Caracas será tomada de la mano por los que crean, sueñan, proponen, discuten, reflexionan a través de la palabra. Caracas también es texto, cuento, dramaturgia, narración, ensayo, poesía. Caracas es el abecedario que nos acompaña cada día, Caracas es una niña que continua soñando con que algún día será grande.

viernes, 1 de julio de 2011

Las Esquinas de Caracas

Autora: Carmen Clemente Travieso
Páginas 93 y 94
Lectura: Doménica Perdomo



ESQUINA DE “MIGUELACHO”
REFIEREN LOS CRONISTAS que cuando Domingo Monteverde ocupó a Caracas y comenzó a cometer sus crímenes y fechorías sembrando el terror entre los caraqueños, vivía en el barrio de Candelaria un pulpero patriota llamado Miguel Rodríguez, hombre humilde y cambalachero, cuya única conocida debilidad eran los niños. Casado con Doña Paca, una mujerona que tenía secretas aspiraciones de surgir y figurar en la sociedad, de detrás del mostrador de la pulpería.
-Debes acercarte a Don Domingo, para que te dé un puesto, Miguel. No vas a pasar la vida entera despachando manteca y papelón detrás de un mostrador –aconsejaba la encopetada Doña Paca.
Pero Don Miguel, que no sabía nada de política, y que tenía sus sentimientos solidarizados con los patriotas, no le hacía caso y continuaba impertérrito despachando vituallas y regalando “ñapas” de papelón a los niños de la vecindad.
-¿Estás viendo cómo yo tenía razón? Yo sabía que los nuestros regresarían a echar a los españoles de la ciudad… Después de todo, esto no es de ellos…
La Doña indignada ante las reacciones de Miguel y volvía a aconsejarle que se acercara a sus amigos para que le dieran un puesto y saliera detrás del mostrador de la pulpería.
-No tienes aspiraciones –le decía hecha una furia.
La popularidad de Don Miguel crecía día a día. Su gran generosidad y su buen carácter le fueron acercando cada vez más al pueblo, a las gentes sencillas. Y llegó un día en que todos se acercaban a la pulpería de Don Miguel en demanda de un remedio, de un préstamo de dinero o de un consejo. Y para todos tenía su palabra de aliento.
Ya le comenzaban a llamar el “bueno de Miguelacho”, el que siempre remediaba sus necesidades y luego, a guisa de despedida les daba un sonoro golpe por la espalda. Todos los vecinos llegaban al atardecer a la bodega de Don Miguel, “El buenazo de Miguelacho” a conversar con él y a contarle sus cuitas.
Entre los contertulios se encontraba un dominico del convento de San Jacinto que le quería mucho. Había tomado la manía Don Miguel que por las noches sentía ruidos que no le dejaban dormir, atribuyéndolo a alguna alma en pena que quería comunicarle algo, y que era seguro que en su casa estaba escondido un tesoro. El confesor, viendo que la manía le hacía neurasténico resolvió quitarle la idea de la cabeza, ideando una escena en la cual Don Miguel tomaría escarmiento.
Y dicho como hecho: le pidió un día que bajara a las doce de la noche al sótano de la iglesia, al toque de la última campanada, para que “interrogara al alma en pena”. Tras el pilar se escondió el cura, y miró a Don Miguel bajar las escaleras más muerto que vivo, y tartamudeando algunas frases incoherentes.
Una voz de ultratumba le ordenó hoyara en un sitio situado siete metros al norte de la casa donde estaba enterrada una botijuela con veinte reales, que pusiera èl otros cinco reales y le mandara decir dos misas por su descanso eterno.
El cura se tapaba la boca en las manos para no soltar la carcajada al mirar la cara de terror de Don Miguel, el “buenzo de Miguel”…
Surgido a la luz, más muerto que vivo, Don Miguel relató al cura punto por punto y en frases entrecortadas de miedo, lo que había ordenado el alma en pena, contestándole éste:
-No vale la pena hacer tanto trabajo para sacar veinte reales. Yo mismo le diré las misas gratis y regresa en paz a tu casa…
Desde aquel día, Don Miguelacho no volvió a sentir los ruidos que le desvelaban por las noches. Y, creyendo en la voz del ánima, decía que ésta ya había descansado, gracias a su valor.
Lo que dio popularidad a la Esquina fue la bondad de Don Miguelacho, a quien los niños después de sus compras, le pedían:
“Mi ñapa de rule, Don Miguelacho”…
Y Miguelacho se quedó hasta nuestros días.

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