Mi casa larga
desde el zaguán hasta el patio.
Las horas bostezan de tedio
porque el tiempo en ella
alcanza y hasta sobra.
Mi casa larga
donde se detiene la brisa
para llenarse de aromas
de Trinidad o Cumaná.
Veo llegar a las hermanas de mi abuela.
Sus cálidas maletas olorosas
a perfumes, a jabón de lechuga,
telas inglesas, bombones finos.
Escucho cómo hablan y ríen.
En el comedor de la casa
abren cajas con casabe,
bocadillos de guayaba y tamarindo.
Mi casa larga
donde tantas veces desperté asustada
con el canto del pobre gallo
transfigurado en demonio volador
en las noches de mi infancia.
El canto del gallo anunciador del día
en un contrapunteo alucinante
con el canto de otros gallos
en todas partes del mundo
por los siglos de los siglos.
Mi casa larga
y yo tan pequeña,
que nadie nota mi presencia
debajo de la mesa del comedor.
Soy una niña que aparenta jugar,
pero en realidad
mis orejitas atentas no quieren
perderse las tertulias de los mayores.
Veo pasar celebraciones
nacimientos, cumpleaños,
matrimonios y duelos,
miedos y tensiones políticas
no falta la música, la poesía.
El tiempo pasó volando
como el espectral canto del gallo
que dejó al descubierto la aurora
y la distancia del recuerdo.
Mi casa larga
testigo de tantas vidas y muertes
te reconstruyo en mi memoria.
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