AUTORA: Raquel Molina Flores
Es lunes, la ciudad parece un murmullo trémulo, palpitante a las 4:30 de la mañana cuando miles de nosotros somos arrojados al día, sin anestesia, ni lidocaína, arrojados así no más, mucho antes de que el sol despierte. Es que en esta ciudad se amanece antes de todo, antes del sueño, de los sueños, de la sorpresa, del hambre, antes del deseo… de pronto, el sol nos sorprende detrás del volante, nos encontramos con otros rostros aturdidos, confundidos unos, alertas otros, y sorpresivamente, algunos radiantes, con una sonrisa manando en sus rostros y un sol que estalla en sus miradas y digo -esta vez el sol salió por otro lado- Quedo detenida en ese brillo, pensando cómo este ser puede recoger todo el peso de la ciudad, cómo puede detener el vértigo de los autos en el hilo luminoso de su mirada, para ofrecernos una sonrisa y de su mano, la prensa. En todo caso es un buen comienzo.
Durante el día me persiguen unos grandes ojos de mirada nostálgica, que siempre espero con ansiedad encontrarlos a mi regreso. Así que me devoro el pavimento para verlos de nuevo.
El retorno a casa lo hago por las venas del Ávila, la Cota Mil, a mi izquierda abrazada por el verde, todo el verde apretado dulcemente en mis ojos; a mi derecha, a lo lejos, la ciudad y yo con ella, sostenida en un solo, largo y quedo latido.
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