PUBLICARTE da la mano a la celebración de los 444 años de nuestra ciudad. Caracas la mujer. Caracas hombre, niño o niña. La tantas veces ultrajada, la que no pierde la esperanza. Caracas será tomada de la mano por los que crean, sueñan, proponen, discuten, reflexionan a través de la palabra. Caracas también es texto, cuento, dramaturgia, narración, ensayo, poesía. Caracas es el abecedario que nos acompaña cada día, Caracas es una niña que continua soñando con que algún día será grande.

jueves, 4 de agosto de 2011

Una almeriense a Caracas,



por Alicia Hernández

La primera vez que pisé Caracas lo hice con nocturnidad, alevosía y con el calendario marcado en rojo trágico para ella: un 27 de  febrero, escogido al azar entre los vuelos más baratos disponibles. Pero a Caracas uno no llega por azar. Se le enredan en los dedos las historias de otros que antes llenaron sus ojos con el abrazo de sus cinco Plaza Bolívar,. La musicalidad de su nombre dicho mil veces en lenguas criollas, invasoras, milenarias, de himno, se pega a la piel, como te inunda el olor de la guayaba que nunca probaste pero que te embriagó desde las tardes de literatura adolescente y en la madurez de los correos clandestinos. Así, casi flotando y sin darse cuenta uno, se ponen los pies en la Sucursal del Cielo que tantos se empeñan en pintarte como el infierno,. Y resulta que todo es nuevo, pero también conocido, como si ya hubieras habitado esas calles bulliciosas de mercados improvisados, porpuestos llenos y esquinas con olor a cachapa y pan dulce.
Me llené de las profecías de quienes compartieron mi travesía iniciática por la Sultana de noches de grillos y mañanas sin persianas. Entendí que Caracas no es Caracas sin los caraqueños -de nacimiento o adopción, porque aquí tenemos cabida todos-, que te abren los brazos, que te cuentan sus chismes en una cola o te preguntan, después de decir “graCias”, que de qué parte de España eres; que te dan la bendición y hasta que, en una de familiaridad, te dicen 'mami' por la calle.
Cuando esperaba en La Estancia con el sol entre los árboles acariciándome la cara o cuando la brisa me cerraba los ojos y la adrenalina se me disparaba en mi primer viaje en mototaxi; con mi primer desayuno de huevo frito, arepa y café negro; con el Ávila bajos mis pies en en el teleférico e incluso con la rabia de ir al Panteón y encontrarlo cerrado o con los zancudos llenándome de pepas monstruosas, también entendí Caracas vivía en mi antes de yo vivir en Caracas.
Abrigada de los cariños que me brindó la ciudad en tan solo 11 días, hice mi penúltimo viaje a Maiquetía con un insurgente de chofer. Unas horas antes alguien me preguntó que qué quería, qué buscaba en la vida. Le contesté que iba a luchar porque ese cuadro que tenía delante, con árboles, iglesia al fondo y el rugido de la ciudad a lo lejos, se me hiciera cotidiano.
A través de las lunas tintadas, por el distribuidor de la araña miraba los edificios, esos mastodontes de concreto que dan a Caracas un aspecto de estar a medio terminar.. Y me parecieron bellos.
Los miré con ternura, acariciando con los ojos las grietas y los afanes.
Acaricié con los ojos y fijé en la memoria cada esquina.
Entonces, aquel 11 de marzo de 2010 supe que mi despedida de Caracas sólo era un 'hasta luego'.

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