PUBLICARTE da la mano a la celebración de los 444 años de nuestra ciudad. Caracas la mujer. Caracas hombre, niño o niña. La tantas veces ultrajada, la que no pierde la esperanza. Caracas será tomada de la mano por los que crean, sueñan, proponen, discuten, reflexionan a través de la palabra. Caracas también es texto, cuento, dramaturgia, narración, ensayo, poesía. Caracas es el abecedario que nos acompaña cada día, Caracas es una niña que continua soñando con que algún día será grande.

jueves, 4 de agosto de 2011

La ciudad (A Caracas en sus 444 años)




Alejandro J. Rodríguez Morales


I

La ciudad palpita, se agita, se levanta temprano,
sus arterias las calles, los autos su sangre
que no deja de fluir en torrentes inacabables
y oleadas de hombres y de mujeres en las calles,
también son sus fluidos vitales,
y la ciudad corre, tiene un ritmo desesperado
no parece que quiera detenerse
ni tan siquiera para darle descanso
a las palomas que buscan un refugio
en terrazas o balcones, en un patio
de alguna vieja casa retirada
que aún no quiso ser aniquilada
por las altas construcciones que van degollando
todo vestigio de verde y de calma,
todo vestigio de techos rojos
y la ciudad va devorando
todo con su cemento, sus grúas, sus andamios.

II

La ciudad absorbe y la ciudad palpita
y consume y gasta y se precipita
sobre las almas de sus habitantes
y los autos tocan la bocina
como el náufrago que en su desespero
grita por auxilio a la mar infinita,
pero el atasco se hace un estacionamiento
y los semáforos parecen muros
de cárceles que encierran a sus presos
y desesperan y se oye una sirena,
hubo algún accidente, hace algunos momentos,
y alguna mujer aprovecha el suspenso
para terminar de maquillarse el rostro,
y de pronto inicia de nuevo el movimiento
sólo por unos instantes, y de nuevo todos
avanzan otra vez, en un baile matutino,
exasperante, lento.

III

El Ávila en silencio contempla con asombro
el ajetreo de la ciudad, su desarrollo,
todas las mutaciones producto de los años
y las demoliciones y las construcciones y las demoliciones
y las ilusiones y las ficciones y las traiciones
y la perturbadora agitación de los autos
y las motos y los autobuses, y de las grúas y de los camiones
y se pierde de vista entre los edificios
y su amplia geografía, el horizonte;
el Ávila calla y ya no ve techos rojos
sino concreto armado y escandalosas construcciones.

IV

La ciudad habla en voz alta, grita fuerte,
mientras está despierta palpita agitada,
no tiene descanso, trabaja precipitadamente,
estertores nerviosos epilépticos le acosan
y la ciudad se agita, es madrugadora,
se levanta temprano, lo hace incansablemente
como si no hubiese otro mañana,
casi como si presagiara su muerte
entre ladrillos, vehículos y asfalto,
entre el testimonio de vallas y postes desvencijados
y edificios que interrumpen la vista celeste
y se escuchan más bocinas y sirenas
y algún taladro mordiendo la ciudad con afilados dientes.

V

Todo está en movimiento como nosotros mismos,
nada reposa, la ciudad no se lo permite,
pero entre toda la locura citadina cotidiana
un momento podría ser suficiente y el alma así lo pide,
más allá del atasco, más allá del taladro,
de las calles atestadas, del rojo del semáforo que insiste,
un momento suficiente para ver más allá de todo eso
y abstraerse de eso por lo menos un momento,
ése que sea suficiente para captar
al perrito callejero que se revuelca en el suelo
y juega con una botella de plástico vacía,
para ver una ardilla en un árbol corriendo
en plena Plaza Bolívar,
para acercarse al Ávila, pulmón imponente,
y sentir la brisa fresca marina
que desde La Guaira viene con aliento paciente,
y detenerse un momento para ver estas cosas,
un momento, tan sólo el suficiente.

Entre tanto concreto, más allá de los semáforos
y los edificios impávidos y silentes
ver a unos niños jugando en una calle cerrada
que hará las veces de patio, afortunadamente,
la tubería tardará en ser reparada,
ver a dos amigas que al verse se abrazan
y una bebé transportada en su coche
que no sabe de atascos ni de calles cerradas,
ni de asfalto, ni de construcciones,
ni de traiciones, ni de demoliciones
y que calla el ruido de la ciudad con su sonrisa
y ya no hay más bocinas ni taladros impertinentes
en ese momento suficiente del día.
Suficiente.

VI

La ciudad está llena de colores, de sonidos, de figuras,
y no descansa, es casi de madrugada y tiene los ojos abiertos
y los postes de las calles se apagan a esa hora
para dar paso a otras luces que no son sino reflejos
del latón de los autos, unos que van a deshora,
otros muchos que van a tiempo
y la ciudad va devorando todo
con sus mandíbulas duras de cemento
menos la sonrisa de la niña
menos el revolcarse del perro
menos la botella de plástico vacía
menos los niños que juegan
en abstraída ilusión, en fantasía,
por todo esto es que en realidad se mueve,
por esto es que realmente tiene vida,
para eso es que la ciudad se levanta
y se levanta la ciudad, y la ciudad palpita.

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