PUBLICARTE da la mano a la celebración de los 444 años de nuestra ciudad. Caracas la mujer. Caracas hombre, niño o niña. La tantas veces ultrajada, la que no pierde la esperanza. Caracas será tomada de la mano por los que crean, sueñan, proponen, discuten, reflexionan a través de la palabra. Caracas también es texto, cuento, dramaturgia, narración, ensayo, poesía. Caracas es el abecedario que nos acompaña cada día, Caracas es una niña que continua soñando con que algún día será grande.

jueves, 4 de agosto de 2011

444 Caracas


Autor: Alejandro Solé
Todos los días al despertar veo desde mi ventana esa mágica montaña que protege a nuestra ciudad. El Ávila siempre me ha dado esperanzas de que en Caracas pueden suceder cosas buenas. Desayuno y me preparo para enfrentarme nuevamente a esta bulliciosa y violenta ciudad. Al traspasar el umbral de mi puerta me encuentro con el smog, las colas y la agresividad de mis conciudadanos.
Se acerca a la parada del carrito por puesto uno en el que pareciera no caber más nadie, sin embargo nos las ingeniamos para montarnos alrededor de siete personas. Al llegar a la estación de metro no mejora para nada la disponibilidad de espacio. Hay cada vez más y más gente a medida que se acerca la hora de llegar a las oficinas, colegios y universidades. Cada quien está en su propio mundo. Absorto en sus pensamientos, o escuchando música en un celular que parece incomodar al resto de los que van en ese vagón, pero nadie dice nada. Nadie se molesta en hacer respetar sus derechos y el que se atreve, probablemente termine perdiendo.
Yo me entretengo observando a los demás pasajeros, imaginando quiénes son, de dónde vienen o hacia dónde van, sus problemas y alegrías, dificultades y sueños. Entre la multitud una chica logra llamar mi atención. No sólo por su colorida manera de vestir. Tiene algo más que no poseen los otros pasajeros, algo mágico la hace destacar. Está sonriendo.
Estación Plaza Venezuela, transferencia con las líneas 3 y 4. Me bajo del tren en la estación junto con el resto de la manada. Algunos se dirigen hacia las líneas que los llevarán hacia otras partes de la ciudad. Yo junto con muchos más voy hacia la superficie, pronto respiraré aire fresco de ciudad, gris con el smog de la jungla de concreto.
Al subir por las escaleras mecánicas me doy cuenta que la chica del vagón va unos escalones más arriba. Se detiene por un momento en un puesto de empanadas, compra algunas y se las lleva en una bolsa de papel. Junto con unos pocos peatones más logramos sortear con seguridad el espacio que nos separa de la Plaza Venezuela, esquivando motos que a toda velocidad, tocando corneta y gritando “¡Mototaxi! ¡Mototaxi!” como si esa declaración les diera potestad para atropellar a cualquiera. Luego está otro paso peatonal, hacia el que los carros aceleran como si ganaran puntos por cada peatón que lograsen arrollar.
Finalmente los pocos que nos dirigimos hacia la UCV logramos cruzar la calle. La chica de la sonrisa se acerca a un señor que está durmiendo sobre unos cartones en la acera. Él es apenas un cúmulo de ropas sucias, grises, con grasa y hollín. La piel curtida por el viento, el sol, la lluvia y la calle. El cabello sucio y la barba enmarañada. Cuando se percata de la presencia de la chica él se incorpora y ella, sin mediar palabras, le entrega las empanadas y continúa su camino. La sonrisa de agradecimiento de aquel hombre ahora ilumina la ciudad. Una Caracas, en la que a pesar de la violencia, el desorden, el tráfico, el sucio, el ruido y la agresividad inherente a una jungla; suceden cosas buenas. En este enorme bosque de cemento, vidrio y concreto aún existen hadas mágicas que hacen que sucedan cosas buenas en la ciudad, como me lo promete El Ávila cada mañana cuando despierto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario