PUBLICARTE da la mano a la celebración de los 444 años de nuestra ciudad. Caracas la mujer. Caracas hombre, niño o niña. La tantas veces ultrajada, la que no pierde la esperanza. Caracas será tomada de la mano por los que crean, sueñan, proponen, discuten, reflexionan a través de la palabra. Caracas también es texto, cuento, dramaturgia, narración, ensayo, poesía. Caracas es el abecedario que nos acompaña cada día, Caracas es una niña que continua soñando con que algún día será grande.

jueves, 22 de septiembre de 2011

LA MODELO ELUSIVA


Autora:   Carmen Mannarino

En los atardeceres, mientras en el bulevar  leía la prensa vespertina y aspiraba el tabaco de mi pipa, ella pasaba. Siempre sola, un tanto ausente y con pausado andar. Parecía integrada a la atmósfera, jamás al clima humano  tan indefinido en el lugar. Nadie la conocía. Algunos la miraban con curiosidad por la ausencia de huella de su andar. Otros, con indiferencia. Era aseidad en tránsito. Nadie se le acercaba. No se cruzaban saludos a su paso. Nunca oí comentarios acerca de su persona durante los meses que la estuve aguardando con curiosidad. ¿Cuál sería su mundo? ¿Dónde se dirigía?...
            Un día decidí retratarla para que su imagen permaneciera conmigo y salí con la cámara dispuesto a hacer cautiva su figura, su rostro, sin que ella lo advirtiera. Me atraía, sin duda, no por esplendorosa, sino por la promesa de ocultas ternuras, de secretas pasiones, por el enigma de su extrañeza ausente en contraste con un innegable atractivo femenino. No pasó más. Yo seguí atento a un nuevo aparecer de su silueta. La presentía en cualquier solitario caminar de mujer entre la multitud en deslizamiento, a la hora de las últimas claridades del día.
            Tiempo después apareció, cuando el olvido comenzaba a suplantar al recuerdo, en la librería de habituales encuentros y presentaciones de libros. Ella entró, quizá por equivocación, en compañía de otra mujer. Se detuvo unos minutos viendo los libros sin detenerse en ninguno, mientras continuaba la charla con la posible amiga. Indiferente, veía pasar el brindis a su lado. Al poco tiempo se retiró. Había sido mi oportunidad para detallar su rostro: piel delatora de una juventud retenida, ojos de mirada lánguida, aunque por momentos desconfiada o escrutadora; dúctil y por momentos sensual expresión de los labios, e, inusitadamente, una abundante gesticulación y emotivo murmullo de la voz. Ese día yo no cargaba la cámara. Seguí abrigando el deseo de verla nuevamente, aunque el acetato ya no la apresaría.
            Otra tarde, no recuerdo cuanto tiempo después, ella volvió a pasar, sola y ausente, como siempre. Apenas la advertí. Nuevamente, casi la había





olvidado. Pero ese día, mientras se perdía del alcance de mi mirada, iba sintiéndome un famoso fotógrafo que fortuitamente encontró su modelo  y lo llevó a muchos lugares, en blanco  y negro, sobre fondo ocre o azul, a todo color, incluido en ensayos de fotocomposiciones.
Había retratado muchos rostros de mujer, conocidos o extraños, y les asignaba nombres que muchas veces cambiaba por parecerme inadecuados. Para ella se me antojaron: Lucía, Olga o Teresa, pero lo cierto es que, a pesar de mis esfuerzos, no logré el correlato de su imagen. Seguía percibiéndola única, aun cuando su cercanía no me había sido destinada.      
   

  (Del libro en preparación:  “Esta ciudad tan mía y tan ajena”)

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